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La tienda de los deseos


Ayse salió de clase e iba a su casa por el camino de siempre. El paseo de todas las mañanas, con el paisaje de siempre y la gente de siempre, nada llamativo, excepto una cosa, una tienda algo extraña. Tenía un escaparate con maniquíes y al fondo, en el interior de la tienda, otros muchos maniquís con preciosos vestidos y trajes, siempre estaba cerrada y nunca había nadie dentro, daba igual si ibas por la mañana o por la tarde, o cualquier día de la semana, nunca estaba abierta. Ayse siempre pasaba y se quedaba mirando el escaparate, era como si los maniquís de la tienda reclamarán su atención.

Un día, como otro cualquiera, Ayse intentó abrir la puerta de la tienda, y en esta ocasión, la puerta se abrió. Solamente se escucharon los pasos de Ayse entrando y el cascabel de la puerta. Ayse preguntó si había alguien, pero no recibió respuesta. A pesar de esto, Ayse no dudó en curiosear las prendas de la tienda. En las etiquetas de los vestidos no había precios, solo frases sin sentido para ella. Al poco tiempo vio un vestido de color turquesa. Ayse le pareció el vestido más bonito que jamás había visto, y pensó que no pasaría nada si se lo probaba. Así que Ayse se fue a los probadores y se puso el vestido, que parecía hecho a medida para ella. Pero cuando dirigió la mirada al espejo por un segundo lo que vio en su reflejo fue un maniquí con el vestido puesto. Un escalofrío recorrió su espalda y se lo quitó rápidamente, lo volvió a dejar en la percha y fue hasta la salida de la tienda. Cuando de repente escuchó una voz desde el fondo de la tienda.

-¿Ya te vas chica?

Ayse asustada se dio la vuelta, y se encontró con un señor delgado, pálido y que parecía estar ciego que debía ser el dueño de la tienda.

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Héctor salió de clase y la vio, con un vestido turquesa que le quedaba precioso, se fijó en sus ojos que hacían juego con el vestido. No pudo evitar sonreír. Sin pensarlo más se acercó a ella y temblando le empezó a hablar.

-Ayse, nunca te había visto con vestido, te queda bien. Él notó como ella empezaba a sonrojarse.

-…gracias. Dijo ella con la mirada en el suelo.

- ¿Quieres que vayamos juntos hoy? Estoy un poco aburrido del camino de siempre.

Ella asintió con la cabeza y pusieron marcha hacía sus casas.

Desde ese día Ayse y Héctor iban a clase y a casa juntos, empezaron a conocerse mejor y la conversaciones eran cada vez más fluidas. También empezaron llegar más tarde a casa. Se quedaban sentados para hablar y las horas pasaban tan rápido que ni las notaba. Pasaron los meses y cada vez se sentaban más cerca, hasta que sus manos se rozaban y acababan entrelazando los dedos. Las conversaciones fluidas empezaron a resumirse con sonrisas y miradas llenas de amor.

Héctor le acarició la mejilla sonrosada, la miró a los ojos y le dijo que la quería, tanto, que sería imposible que ese sentimiento tan fuerte desapareciera nunca. Todo era perfecto, los días juntos, cada momento vivido, cada recuerdo tan especial como el anterior. Pasaron años juntos y ya estaban haciendo planes para vivir en la misma casa.

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Ayse salió del trabajo y pasaba por la calle de la tienda misteriosa, y justo cuando se aproximó a ella, la puerta se abrió. El rostro de Ayse cambió bruscamente, pero sabía que no tenía otra opción.

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Héctor salió del trabajo e iba a su casa por el camino de siempre. El paseo de todas las mañanas, con el paisaje de siempre y la gente de siempre, nada llamativo, excepto una cosa, una tienda algo extraña. Él siempre se quedaba un rato mirando el escaparate, en él había un maniquí con un vestido turquesa muy bonito. Sentía nostalgia y sensación de ahogo cada vez que miraba aquel maniquí. Un maniquí como otro cualquiera, pero a él le parecía triste. Era como si el maniquí reclamase su atención. Héctor sentía un vacío en su corazón que solo podía llenar un poco mirando aquel escaparate.

Un día, como otro cualquiera, Héctor intentó entrar en la tienda que siempre estaba cerrada, pero en esta ocasión la puerta se abrió. No había nadie allí. Héctor fue directamente hacía el maniquí del escaparate. Miró la etiqueta del vestido, y en ella no había ningún precio, en su lugar ponía “Que él me quiera”. Sus ojos se llenaron de lágrimas al mismo tiempo que empezó a recuperar recuerdos, uno tras otro, Ayse volvía a su mente, porque en su corazón siempre estuvo.

Él maniquí derramó una lágrima y a Héctor se le rompió el corazón al pensar que siempre estuvo ahí, mirando desde aquel escaparate, encerrada todos estos años. Él sabía que era ella y algo se lo decía desde que lo vio.

De repente, el dueño de la tienda apareció.

-¿Busca algo? – preguntó a Héctor.

Héctor lo miró con rabia y le pidió una explicación. El hombre, que no alzaba la vista ni miraba a Héctor directamente a la cara se quedó sorprendido:

-¿Cómo es posible que recuerdes? Esto no debería pasar…No me puedo permitir esta clase de errores, igualmente ya no hay nada que pueda hacer yo, la chica no cumplió la condición al deseo.

-¿De qué condición hablas? ¿Qué deseo? Maldita sea no entiendo nada, le pagaré lo que sea necesario, pero devuélvemela – dijo Héctor con impotencia.

- En esta tienda no se funciona con dinero, negociamos con deseos, es más, si tu deseo no es lo suficientemente fuerte nunca podrías entrar aquí, así es cómo pudo entrar ella, tú y todos los maniquís de esta tienda. Lamentablemente, no puedo dejarte comprar ninguna prenda de esta tienda que conceda tu deseo, pues tu deseo implica romper uno de mis tratos, y soy un negociante firme a la hora de firmar uno. Pones en peligro mi negocio así que directamente no puedo dejar que salgas de esta tienda otra vez, puedes ser un maniquí que este junto a ella para siempre. ¿No es eso lo que más se aproxima a tu deseo?

Héctor agarró con fuerza la mano del maniquí de Ayse.

-Bueno chico, ya que estás aquí, al menos te contaré la historia de esta tienda y de tu querida maniquí.

Has oído hablar de la zona del bosque del pueblo, donde nadie se atrevía a entrar, esa zona llena de supersticiones y cuentos para asustar a los niños, como el de que existe un ente capaz de borrar los recuerdos sobre ti de tus seres queridos y atraparte en el bosque para siempre y si te acercas a esa zona empiezas a escuchar gritos de todas las almas atrapadas allí. Bueno pues, la verdad es que muchos de ellos son ciertos. Quizás eres demasiado joven para recordarlo, pero alguien incendio ese bosque, y fue lo más estúpido que pudieron hacer, pues liberó algo que no debería haberse liberado nunca.

En el pueblo no pararon de suceder desgracias, una tras otra, sin duda las recuerdo muy bien. Personas ahogándose en su propio llanto, hogares perdidos, seres queridos que nunca más volverían a ver.

Al cabo del tiempo el pueblo se reunió y buscaron a una hechicera muy anciana que todo el mundo tomaba por loca antes de todo esto. La hechicera ordenó tallar un maniquí con la madera rescatable del bosque y allí encerró a aquel ente maligno. La hechicera les dijo que jamás deberían quemar el maniquí ni romperlo de ninguna forma. Así que lo pusieron en una tienda de ropa abandonada y se aseguraron de cerrarla bien.

El tiempo pasaba y ya sólo los más ancianos recordaban los anteriores sucesos. Pero lo que nadie sabía, es que aquella hechicera, resentida por el trato que recibía de los residentes del pueblo antes de todo lo sucedido, le dio una oportunidad a aquel maniquí de deshacer el hechizo.

“Un cuerpo de carne y hueso necesitarás para romper el hechizo que te atrapa, entero tienes que estar para poder usar tu maldad otra vez. Pero para ello los deseos más sinceros tendrás que cumplir. Después la condición deben cumplir y tú nunca debes hacer nada que el contrato sellado con sangre no te permita”.

Pasaron muchos años hasta que Ayse entró en esta tienda, muchos fueron los que entraron antes que ella y muchos los deseos concedidos. Ayse entró ese otoño de 1993, tan curiosa y llena de amor. Su deseo fue que tú le quisieras, era una chica cuyos padres murieron cuando ella era joven, estaba sola y falta de cariño. La soledad afecta muy profundamente en la mente de los humanos, los hiere constantemente.

Saqué una aguja y le expliqué que el vestido que había elegido era el que le concedería el deseo, solo tendría que ponérselo pero para realizar el pago de este debía sellar con una gota de sangre un pacto. Después de unos años, la tienda le reclamaría y en ella entraría, una vez allí una condición le iba a pedir, si no se cumplía alguna parte de este proceso ya sabía cuál sería su destino. Recuerdo perfectamente como Ayse miró los demás maniquís con miedo y justo después por fuera de la tienda pasó una pareja y un niño con sus padres de la mano, los vio felices y en ese momento cogió la aguja, se pinchó el dedo y la gota de sangre se derramó en este frasco.

El dueño de la tienda tenía estanterías llenas de frasquitos con gotas de sangre y este señalo el que correspondía a Ayse.

Su deseo había cumplido y sin embargo, cuando llegó el día del pago, ella no cedió desde el primer momento. Como ya supondrás yo soy aquel entre encerrado en un maniquí , pues cuando Ayse llegó me faltaba la vista, algunos dedos los tenía de madera, mi pierna derecha me faltaba por completo, pero al ver los preciosos ojos de Ayse decidí cuál sería lo próximo que me quedaría, pues ya sabía que no aceptaría la condición. El dueño de la tienda alzó la vista por primera vez, y tenía unos ojos turquesa idénticos a los de Ayse. Héctor intentó moverse hacía el hombre que tenía en frente para desahogarse a golpes, pero algún tipo de magia lo mantenía inmóvil.

La condición era que me trajese los ojos de su amado, cuando se lo dije, Ayse derramó la primera de muchas lágrimas y se negó repetidamente. Es curioso, porque con los ojos de Ayse no puedo llorar, y es el único maniquí que he visto que pudiese llorar. No le di importancia pues no creo que yo fuese a usar esa capacidad de los humanos para transmitir tristeza, ya que yo solo siento odio. Este maldito maniquí no me ha traído más que problemas y ahora tú puedes recordarla, así que ya que sabes toda la historia ha llegado el momento de que estéis juntos toda la eternidad.

El hombre se disponía a convertir a Héctor en otro maniquí más cuando él gritó:

-¡Espera! ¡no puedes hacerlo! Has cometido un grave error.

El dueño de la tienda puso un gesto de extrañeza y dejó continuar a Héctor.

-Nunca cumpliste su deseo, porque su deseo ya estaba cumplido desde hace mucho tiempo atrás. Yo la he querido desde el momento que la vi por primera vez.

El hombre cambió el gesto de la cara y se enfadó muchísimo, su rostro daba puro terror y parecía que se deformaba por segundos

-¡Eso no lo puedes probar maldito farsante!

-El único farsante que hay aquí eres tú, y sí que puedo probarlo.

Héctor al recuperar los recuerdos de Ayse, recordó que siempre llevaba consigo algo en una parte escondida de su cartera, algo que siempre esperó para dárselo a Ayse cuando los dos se fuera a vivir juntos. Sacó un trozo de papel muy bien doblado y comenzó a desdoblarlo. Se trataba de una carta dirigida a Ayse donde Héctor expresaba todo lo que sentía por ella y que nunca se atrevió a decirle, y al final de esta había escrita una fecha mucho anterior al año 1993.

El dueño de la tienda comenzó a gritar de rabia mientras las gotas de sangre de todos los frasco de las estanterías comenzaban a evaporarse al mismo tiempo que los maniquís tomaban forma humana. La tienda se llenó de sombras y gritos agonizantes del hombre que en mitad de la tienda empezaba a convertirse en madera. Todo quedó en silencio cuando ya solo era más que un maniquí, y el silencio se rompió con llantos de alegría de todos los maniquís que se encontraban en la tienda que empezaron a resquebrajarse y a convertirse en las personas que eran antes. Héctor no paraba de recibir infinitas gracias, pero es solo buscaba a una persona entre todas, entonces la vio girarse, sus miradas se cruzaron.

-Por fin, esos precioso ojos otra vez.

-No sabes cómo te he echado de menos todos estos años –dijo ella.

Se fundieron en un abrazo, donde todas las heridas de años atrás se iban curando poco a poco.

Héctor y Ayse empezaron a recuperar el tiempo perdido, no sin antes asegurarse de que aquella tienda jamás volviera abrirse. Compraron el terreno, tapiaron todas las entradas y jamás se volvió a hablar de aquel lugar.

En algún lugar del mundo existe una gran habitación sin entradas, donde reina el silencio y la oscuridad, donde hay un maniquí lleno de odio y maldad, encerrado para toda la eternidad, y su deseo no se cumplirá jamás. Mientras esté bien guardado nada malo pasará.

Nayla salió de clase e iba hacía su casa por el camino de siempre, las vistas de siempre, la gente de siempre, nada llamativo, excepto una cosa. Había un lugar que la paralizaba como si algo la llamara, miraba a su alrededor pero no encontraba nada.

La joven Nayla llena de deseos y curiosidad siempre se quedaba sentada en un banco que está frente aquel lugar que le hacer sentir esa extraña sensación. Una anciana y un anciano se acercan y se sientan en el mismo banco que ella, la observan y ella no se da cuenta, es como si estuviera hipnotizada.

-Chica, levántate y sigue adelante, es la mejor forma de hacer cumplir tus deseos – le dijo la anciana con una sonrisa. La chica la miró, le devolvió la sonrisa y se levantó para tomar el camino que la llevaría a cumplir sus sueños y es que no existe mejor magia que la que a veces logramos hacer nosotros mismos sin darnos cuenta.

Estefanía Rincón Zafra.

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