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Una historia encontrada

Vivo en una residencia de ancianos que se sitúa cerca de un bosque. El paisaje es precioso, con altos cerros, majestuosos robles y avellanos, el musgo tosco que cuelga por todas partes y en las ramas peladas, los pájaros que cantan cada día.

Si hay algo que me gusta de esta residencia, son las vistas al bosque que tengo desde mi habitación. Lo observo durante todo el año. Desde allí puedo ver como las hojas del bosque cambian de color según la estación. Mi favorita es el otoño, la estación en la que nací, la época del año donde los árboles parecen acumular en sus colores la calidez del verano anterior.

Cuando cumplí setenta y cinco años, pedí que me llevaran a pasear por el bosque y caminando a través de hojas manchadas de colores otoñales, algo llamó mi atención. Como si el lugar me llamara, me acerqué a buscar y hallé un colgante de color esmeralda. No sé por qué, pero al cogerlo he sentido algo especial, pareció que aquel precioso objeto me contase una historia, sentí tristeza y alivio al mismo tiempo e inmediatamente tuve la necesidad de llevarlo conmigo. Lo guardé en una caja pequeña de madera pintada a mano y esta, a su vez, la escondí debajo de mi cama. Aquel día encontré un pequeño tesoro y debía guardarlo bien. Estaba deseosa de saber cuál es la historia detrás de aquel colgante, seguro que debía tener una muy interesante. Lo sabía, siempre se me han dado bien presentir estas cosas.

Un día me levanté de mi cama y al mirar por la ventana me di cuenta de algo extraño y misterioso. Había un búho mirando en dirección a mi habitación, en pleno día, yo siempre he sabido que son aves nocturnas, por lo que se me hacía bastante extraño que estuviera ahí. El animal no dejaba de mirar, pasaban las horas y ahí estaba, observando. Iba oscureciendo y él seguía en esa rama del árbol, mirando fijamente con aquellos ojos brillantes que relucían en la sombra. No paraba de pensar que podía ser lo que le mantenía así, en continua custodia, era como si me vigilase o quisiera algo de mí. Lo cierto es que algo me hacía verlo de diferente forma a la que verías a un ave normal, es como si fuera... un poco humano...

Al final decidí abrir la ventana e invitarle a entrar. El búho se posó en mi ventana y miró hacía mi cama. Lo primero que pensé fue que buscaba el colgante que encontré el día anterior, parecía saber que lo había escondido ahí. Decidí comprobar qué pasaría si lo sacaba, así que cogí la caja de madera, la abrí y saqué el colgante.

-¿Es tuyo? - le pregunté. Él miró el colgante y me miró a mí seguidamente.

- ¿Lo quieres? - le dije. Este batió sus alas, entró a la habitación y se acercó a mí, yo sujetaba el colgante con la mano y la extendí hacia él. No le tenía miedo. Sentía una especie de vínculo entre aquella ave misteriosa y yo, ambos nos entendíamos perfectamente.

- Hagamos un trato, ¿de acuerdo? te daré el colgante, si a cambio tú me muestras su historia. Le pedí.

El búho cogió el colgante con sus garras y agitó las alas, se posó otra vez en la ventana y me miró de nuevo. Quería que le siguiese.

Bajé las escaleras tan rápida y sigilosamente como mi anciano cuerpo me permitió. La residencia estaba desolada, no había nadie, sin pensarlo aproveché la ausencia de las enfermeras y salí. Una vez fuera, le vi, este echó a volar y le perseguí. Era una noche fría y, al igual que en la residencia, no había nadie en la calle. Por fin el búho se detuvo, estábamos frente a una casa vieja y abandonada. Entré con cuidado, parecía que no había estado habitada en mucho tiempo. Subí unas escaleras y miré en las habitaciones, había muebles muy antiguos y deteriorados. Lo único que se escuchaba era viento de la calle y mis propias pisadas en la madera. Al final del pasillo había una habitación pequeña, allí estaba el búho de nuevo, en la ventana. Parecía una habitación de una niña pequeña, había juguetes y libros apilados acumulando polvo, era de un color blanco sucio. Al entrar muchas buenas sensaciones recorrieron mi cuerpo, me habría gustado ver aquel lugar en su mejor momento, sería una habitación preciosa, llena de claridad, un sitio perfecto donde crecer y disfrutar de la infancia. En una mesita de noche estaba el marco de una foto, le limpie un poco el polvo y en la foto aparecía una niña, y detrás de ella, la que parecía ser su madre abrazándola y, adivina qué, la niña llevaba el colgante que encontré en el bosque, era el mismo sin duda alguna.

- ¿Dónde está la chica? ¿Qué pasó con ellas? - pregunté preocupada al búho, que seguía posado en la ventana. Este me ofreció el colgante, y yo me lo puse.

Fue lo más extraño y bonito que me ha pasado en la vida, como si miles de recuerdos volvieran a mi mente y volviese a vivir mi vida de nuevo. Recordé el olor de las comidas de mi madre, las tardes leyendo historias sobre dragones que volvían a la vida en forma de estrellas en el cielo, la pintura blanca, las risas, los juegos... todo, los mejores momentos... y los peores. Cuando ella enfermó y no le quedaron fuerzas para seguir a mi lado, cuando me dejó. El día que fui al bosque y enterré su regalo, aquel colgante, debajo de un árbol pensando que así dejaría todo el dolor atrás.

-¿Acaso volviste a nacer en aquel árbol para protegerme? ¿estás ahora aquí para recordarme que nunca me dejaste sola? Dije entre lágrimas mirando al búho.

-¡Señora Ana! ¿Cómo ha llegado hasta aquí usted sola? Tiene que volver a su habitación, no sabe lo preocupados que estábamos por usted. Las enfermeras de la residencia irrumpieron en el lugar. Yo busqué el búho, pero había desaparecido.

-¡¿Dónde está?! -grité

-¿Dónde está el qué señora Ana? - me preguntaba una de las enfermeras.

-El búho... ella, ¿dónde ha ido?

- Es la tercera vez en dos meses que sale en plena noche en busca de un búho, aún no entiendo cómo puede escaparse sin que nadie se dé cuenta.

-Siempre habla de un búho que le observa, pero nadie lo ha visto. Comentaban las enfermeras entre ellas.

Después aquello me llevaron a la residencia y me acostaron en mi cama.

Dejo esto escrito porque quizás mañana no sepa quién soy de nuevo, quizás tengas que hacerme recordar de nuevo y que algún día jamás volveré a hacerlo, pero cada vez que mire por la ventana y vea ese búho, sentiré el alivio y la calidez de alguien que hasta mi último día me estará protegiendo. Sentiré que hay una historia interesante al verle, lo sé, siempre se me ha dado bien presentir estas cosas.

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